20.12.07

LA CIENCIA DEL OCASO

Paul Delaroche, Louise Vernet sur son lit de mort
De la misma materia que los sueños somos y nuestra escueta vida de sueño se rodea. 
William SHAKESPEARE
La tempestad
(Traducción de Juan Montero)

Como romántico de buena ley, pero con excepciones sobradas en la mollera para no caer en el tópico, el amigo suicida de quien os hablé en una entrada reciente cultivaba también la afición a deambular por los cementerios y nunca perdía la ocasión de hacerlo en las ciudades que visitaba, reservándose para ello el ocio soñoliento de una tarde contemplativa. Entre los papeles que me legó, encontré la primera parte de un borrador destinado a presentar una selección de epitafios que, lamentablemente, no concreta sus lugares de procedencia ni se arriesga a la incorrección de facilitar otros detalles no por tétricos menos interesantes. Mientras indago dónde podría haberse extraviado la segunda parte del manuscrito, vuelvo a ceder la palabra a nuestro interlocutor, quien de una manera que en principio puede parecer paradójica se negó a invertir su ingenio en destilar palabras con las que ser recordado. Acaso sirva su abrupta manera de abandonar la escena de los vivos como un epitafio en acción cuyo rasgo más inquietante sea la voluntad de haber desaparecido sin dejar rastro, o lo que es igual, dejando el círculo abierto a las truculencias de la imaginación.

Él ya es uno de mis manes.



Creo que sin la compañía eventual de los muertos mis viajes perderían uno de sus incentivos, les faltaría tuétano. Peregrinar por los jardines del ocaso es un vicio solitario que no está exento de erudición, pues a la paz esclarecida que inspira la simbiosis imprevisible de mármol, cipreses, silencio y flores secas, se añaden las divisas patéticas que los difuntos mandaron inscribir comprimiendo su experiencia en un antojo de rango monumental. Fruto de tales aventuras es esta antología, parca y en extremo heterogénea, de las palabras que me cautivaron in situ, como aquéllas solemnes que don Miguel de Mañara ordenó grabar donde reposan sus restos, a la entrada de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla: «Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo. Rueguen a Dios por él».


Cada vez que me lees juraría que resucito.

*

No te acerques tanto que te vas manchar.

*

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

*

Desde el principio supe que iría al infierno... como atizador de brasas.

*

Aquí yace el último orgullo de alguien que por vivir más murió antes.

*

Se aburrió de respirar.

*

¿La vida? ¡Ja! ¿La muerte? ¡Ja, ja!

*

Respete esta tumba: mi esqueleto lo vigila.

*

Basura telúrica, eso es lo que somos. Pero algunos, entre los que por supuesto no me cuento, acaban como perlas en el éter.

*

En vida me negué a seguir consejos ajenos; espero que le sirva de ejemplo para no perturbar mis restos con sus malditas inquisiciones.

*

Así te pudras por venir aquí.

*

Viajero intempestivo: puedes bendecir este espacio descansando de tu alma sobre mi losa.

*
Amable náufrago, le cambio el sitio.

*
Entre los hombres he vivido amortajado y de mi mortaja saldré como ningún hombre osó jamás.

*

No tenga prisa por morir: ni el mismísimo Dios se libró de la liturgia del sepulcro.

*

Todo lo que no pude vivir lo reservé para la muerte, y todo lo que la muerte no pudo matar se condensó en mi vida. Mi historia ha sido una carambola de desgracias.

*

¡Tanto tiempo viviendo que se me olvidó vivir!

*

Quien ríe el último ríe peor: se ha quedado completamente solo y, revenido, purga consigo sus burlas postreras.

*

Si me cuenta su vida le presto mis gusanos.

*

Son las mujeres quienes me han sembrado aquí, pero por ellas agotaría cien vidas más.

*

Vosotros estáis vivos porque nosotros nos hacemos los muertos.

*

Estoy con la nada que me parió.

*

Supongo que si puede leer estas palabras es porque finalmente me ejecutaron. Quiero dejar claro que lo maté porque estábamos solos en el campo -¿lo comprenden?- y nadie me veía. Parece ser que me equivocaba.

*

Sigue devotamente tu sombra y nunca obedezcas a nadie, pues hasta el más distinguido es un paria de la muerte.

*

He muerto con urgencia porque la naturaleza me necesita para despilfarrar otros seres.

*

No luché por nadie porque no hubo quien mereciese más que yo la bala que me desparió.

*

En mi hora final no voy a hacer alardes de modestia ni vanidosos sarcasmos; si algo me ha demostrado la vida es la fatuidad de las pasiones y de su empeño en exhibirlas.

3 comentarios:

  1. Anónimo4/1/08 15:29

    ya estan los discos de low
    sin contraseñas
    disfrutalos

    ResponderEliminar
  2. Anónimo2/4/16 16:29

    Por mucho que no quisiera reconocer la verdad de este artículo, debo hacerlo, no miente. ¿ Mentir en que la gente por ejemplo casi todas son interesadas?, pocas se salvan y para encontrarlas, como buscar la aguja en el pajar. Los pocos desinteresados acaban en la soledad de su propio yo, quizás escribiendo en soledad, pensando para olvidar la terrible realidad de la no existencia de personas, ¡que silencio por las calles o al contrario mucho ruido pero el vacío presenciado!.


    Aún a pesar de todo, buscaré cobijo en Dios, al menos que no nos quiten una parcelita pequeña de ti. El Camino es duro...pero no tenemos más remedio que seguir, no quisiéramos mirar el paraje...pero es el Universo bien entendido quien te invita a verlo para el aprendizaje.


    En fin, sólo los ángeles nos acompañan...y los erotes que con sus libros y alas no dejan de volar a nuestro alrededor, si no fuera por ellos, no sé que podríamos hacer, la verdad.

    ResponderEliminar
  3. Hasta el segundo equinoccio del año 19 de este agónico milenio ha tardado en llegar a mi conocimiento Epitafios. La voz de los cementerios, el hermoso libro de Javier Rodríguez Coria, editado en abril de 1995, donde con esmero documental y amenidad de glosas se dan cita, procedentes de los principales cementerios de Barcelona y Madrid, los epitafios que mejor apostrofan —siste, viator— al tuétano del caminante solitario. Retardado paseo el que hago por las páginas de tan singular monografía después de averiguar que su autor cambió de «estado civil» hace pocos meses.

    Sirvan estas líneas a pie de página como guiño póstumo a su ingenio.

    ResponderEliminar

Ningún comentario recibido con posterioridad al verano de 2019 recibirá respuesta. Hecha esta declaración de inadherencia, por muy dueño que me sienta de lo que callo dedico especial atención a los visitantes que no marchan al pie de la letra.

 
Licencia Creative Commons
Esta obra, protegida por derechos de autor, está bajo una Licencia Creative Commons