16.4.14

METAPLASMO

¡Oh, amar lo que no existe, lo que sabe que no existe, lo que sabe que nosotros sabemos que no existe, oh, qué extenuante dulzura!
Giorgio MANGANELLI
La ciénaga definitiva

Por una especie de efecto Coriolis de la premonición, anticipo que la finadera vendrá a buscarme desde su ignota proximidad en una carroza de majestad bituminosa, como tinta coagulada de Kraken, haciéndose encomiar por los bríos sin relinchos de un percherón con seis pares de cascos a las órdenes del jaque muy mate procedente de una inteligencia que dejará una pincelada lacónica de su resuello, perfectamente innecesario, sobre las crines voltaicas de la bestia y el encañonamiento de sus ojos extirpados. ¿Qué ringlera de complicidades esconderá para darme a circunscribir el misterio? ¿A qué alturas pretende proyectarme para hacerme caer? ¿Será una forma de juicio para examinar el peso de mis faltas por la profundidad que produzca el impacto?

Una vez detenida la diligencia, alguna portezuela insinuará por la segunda opacidad de una rendija jubilosa el desfiladero de un horizonte enroscado a una narguile con la máxima suntuosidad que puedan incubar mis futuros desiertos de cenizas. Antes que objeto deflagrador de paraísos sintéticos, el hospitalario artefacto se diría animal de lujos inmundos, un fabuloso anfibio agazapado para contener la enormidad de un volcán contra las nociones usuales del espacio y cuya epidermis salamandrina, sudorosa de petricor y nerolí, envolverá la mixtura justa a la que acudiré en los aliviaderos que habré de germinar entre los asaltos dirigidos a mis pasajeras huríes —¿para qué contarlas si son de cuento?—, hembras de facciones cambiantes a impulsión del deseo que me entregarán la seda de sus telepatías bajo los no menos tersos protocolos de lascivia. Desempeñaré todo el vórtice que un hombre puede sacar de sí para sentirse justificado mientras perpetra el eclipse de las evidencias, y nada me impedirá martajar un sentimiento que estime la nobleza del verdugo inversamente proporcional a la de la víctima hasta que ambos acuerden derretir sus densidades en una cópula autolítica donde, quizá, consagren con sangre el acto de revesar sus agonías en la misma fatalidad.

Eternamente vieja, siempre iterativa, la idea de tales despojamientos me resulta querida: aceptar el destino sin esperanza, sin culpa y sin miedo es hacer propia la libertad que cabe dar por perdida con verdadera ilusión.

Wallpaper de Yusuke Katekari.

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