22.12.14

ESTA SUERTE ESTÁ TRUCADA

El babilonio es poco especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas ni las esferas giratorias que lo revelan.
Jorge Luis BORGES
La lotería en Babilonia

Todo nos es dado, salvo quizá la lotería, que es un darse a recompensas peregrinas para ser refundido de seguido con el óxido de la decepción, nuestro seguro destino por mucho que se invoque su impugnación a las bambas de la fortuna. Para empezar, creernos dignos de un premio debido solamente al azar no tiene ningún valor de mérito, sobre todo cuando el desgraciado que lo ansía ni siquiera se molesta en recapacitar que su participación en el sorteo lo convierte en un accionista de su propia ruina, porque cada euro invertido en este juego ceba a un Estado que, lejos de amparar los derechos civiles, de fortalecer la soberanía de los contribuyentes o de ejercer, en su defecto, el arbitraje necesario entre las facciones económicamente enfrentadas de la sociedad, ha sido saboteado desde dentro por sucesivos gobiernos títere que funcionan al servicio de camarillas de belitres, castuza dicho en castizo, enemigas por ambición y función del bienestar popular a cuya merma deben su bulímica opulencia. Para continuar, el asfixiado por la miseria material y la falta de expectativas que acude a la rifa tras el lazarillo de su desesperación en busca de un oasis exterior no podría aliviar en la improbable zambullida lucrativa, deducción de impuestos mediante, el desierto que lleva en su interior, pues ambas naturalezas —el bofetón de la ganancia pecuniaria y la amargura indisoluble de la desilusión— pertenecen a estados de ánimo incompatibles. 

«Perder una ilusión es enriquecerse con una verdad», observa en un reluciente aforismo Ramón Andrés, con quien convengo, también, que «creerse trascendentes nos hace fatuos». Es certidumbre no escrita que el plomo sueña con el oro y recibe en su pesado despertar el troquel de la moneda corriente, calderilla de almas arrojadas a las fosas del devenir. Las alquimias del hogar, así como la intemperie que las revoca, nacen y mueren en uno, y si no se está por la entereza de relativizar el éxito y el fracaso según los acata el vulgo —vulgo que prolifera tanto en las cimas como en las cloacas, las ratas no hacen distingos—, el tiempo se ocupará de hacerlo con la saña de las lecciones irreversibles. No hay cosa más baladí que ceder la prioridad a lo que carece de importancia, ni más grave vicio que quitársela a lo que nos la quita, pero al margen de estas medias filosofías que improviso con más sangre bajo el diafragma que en el amasijo neuronal —repárese con olvido lo irreparable de mi alocución—, no estaría de más que el Ministerio de Hacienda, o el organismo competente en hacer el mondongo, publicara al pormenor el destino de las rentas obtenidas de la tómbola nacional, como en verdad sería un gesto de orden y buen juicio entre los pingües desatinos acumulados ofrecer a los ciudadanos la oportunidad de decidir en qué tipo de obras conviene gastar los emolumentos procedentes de tales ceremonias.

Meanwhile, inside the lamp del ilustrador Tolagunestro.

2 comentarios:

  1. Que sean leves las "fiestas", en primer lugar. Y después, una confesión: sin ser jugador compulsivo, porque yo con pulso hago pocas cosas, juego a la lotería y primitiva, etc. con una convicción: solo admito enriquecerme tras una mínima inversión y por obra del azar. Trabajar para conseguirlo nunca ha entrado entre mis objetivos vitales. DE camino, eso sí, contribuyo con las arcas públicas que tanto roban como pagan, al parecer. Espero que lo mío vaya a pagos y no a apropiaciones indebidas, pero los dineros no son trazables, los de los probes (sic) y van siempre a un fondo común cuyo administrador siempre será sospechoso.

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  2. Andaba metido en tus recientes ensayos, que son un lote de seguro discernimiento (si en verdad no los desgranas con pulso, los compensas de sobra con buen tino), cuando me ha llegado tu glosa, que no sé si el texto de esta entrada tan floja (por taxativa) merece, dicho sea sin asomo de modestia.

    Trabajar para enriquecerse no solo es un objetivo engañoso para quien lo hace suyo (celebro el buen gusto que deja correr esas aguas emponzoñadas), sino ante todo un contrasentido. Enriquecerse, para mí, es casi un sinónimo de desligarse de las crecientes obligaciones y necesidades consuetudinarias, empezando por aquellas que nos exigen dedicar más tiempo a la arquitectura del mundo que a los cimientos de nuestro espíritu. Para ser rico, en consecuencia, hay que tomar el camino inverso que pasa por el alejamiento anacorético (que a menudo se basta como actitud) y la demolición de lo superfluo dentro de uno. Alguien capaz de vivir sin esperanza de cara al futuro, sin culpa respecto al pasado y sin miedos en la circunstancia presente representa, según este criterio, el mayor tributo de generosidad hacia sí mismo. Por supuesto, que cada cual entienda y programe la riqueza a su modo, pero probablemente los resultados de anteponer el crecimiento material lo hagan más pobre (o probe), sea a costa del erario público o del propio erial.

    ¿Lo que troca el caos no lo ha de trucar el hombre? Siempre podremos loar el dictamen del azar cuando nos favorezca y maldecirlo en caso contrario: es una de nuestras escasas prerrogativas como criaturas sometidas a la tuerta cadencia del destino; por tanto, nada que objetar en este sentido al hábito de tentar la combinación ganadora. Cosa distinta es organizar la economía como un casino y excusar después su funcionamiento cual si fuera un prodigio de fidelidad a las leyes eternas de los fenómenos...

    Levedad también para ti, estimado Juan.

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